FUN FUN FUN



Este mes de febrero se cumple el vigésimo aniversario de la inauguración del Fun Club, allá por 1.987. En muchas otras ciudades de España esto sería una hazaña. Pero si hablamos de Sevilla, nos encontramos ante un imposible. Que, afortunadamente, se ha roto por esta vez. Esperemos que no sea la única excepción en esta regla de locales fallidos y dueños cansados de intentarlo que ha acompañado a la escena local desde sus inicios.



Supongo que el que más y el que menos (al menos de entre el público sevillano que se acerca a leer este blog) tendrá algún recuerdo en su vida ligado al local de la Alameda. Y, más que posiblemente, Pepe Benavides aparezca en él. Nosotros, lógicamente, también tenemos el nuestro.

Las batallitas de Ambrosio

Los años 1986 y 1987 van asociados para mí a las oficinas de “La Factoría”, una improbable agencia de artistas de rock locales que solía convertirse con frecuencia en un puerto donde recalaban numerosos músicos a ver si había algo de suerte y alguna tocata a la vista. Con frecuencia, a Pepe Benavides le tocaba bregar con aquella procesión diaria. Le recuerdo intentando manejar un machacado radiocassette de coche que, conectado provisionalmente a un transformador, nos proporcionaba la única compañía musical, y que nos obligaba a rebobinar manualmente las cassettes ensartandolas en un bolígrafo bic y haciendolas girar. Aquellas cintas contenían en su mayor parte los conciertos que Pepe grababa en la sala “Roll Dancing”, donde oficiaba de DJ por las noches, aunque a aquello no se le veía mucho futuro. Y muchas maquetas de grupos, esperando que sonase la flauta.

Un día, Pepe comentó que la tarde anterior, de regreso del Roll Dancing, había visto un cartel de “Se vende” en la puerta de un pub que había por la Alameda (No estoy seguro, pero creo que se llamaba “Extrarradio”) y que el número de teléfono se le había quedado en la memoria. “Prueba y llama”, le dijo alguien. La tarde siguiente, Pepe ya se encontraba viendo el local. Pasadas algunas semanas, unos cuantos socios (entre ellos algunos integrantes de “Dogo y Los Mercenarios”) y avales después, el local ya era suyo. Ahora sólo quedaba ponerse el mono y empezar a reparar y pintar aquel sitio. Cuando algunos de nosotros le manifestabamos nuestra perplejidad por el hecho de elegir un sitio tan lumpen como la Alameda (era el año 1986, nada que ver con ahora) para montar un club, su respuesta siempre era “No te preocupes: la gente acabará viniendo a la Alameda. Por cojones.”.

Las batallitas de Carrascus

El primer recuerdo divertido que tengo del Fun Club fue precisamente del día de su inauguración, pero como ése ya lo he contado no hace mucho tiempo en alguno de los comentarios de anteriores posts, no lo repetiré ahora.

En el Fun Club, ya cuando nuestro grupo de Producciones Informales iba decayendo y prácticamente solo quedaba yo con la ayuda del “gordo” de Burial, tuve ocasión de organizar algunos conciertos con grupos de por ahí, con desigual suerte, ya que nos dieron plantón Chris Cacavas, The Meteors (a los que ya habíamos traído dos veces) y Wilko Johnson; tuvieron buena acogida por parte de los que asistieron, que fueron poquísimos, los Inmates; y triunfaron en toda regla con lleno absoluto del local las Lunachicks y Barrence Whitfield.

En menos de dos semanas, entre el 27 de mayo y el 8 de junio de 1993, la adrenalina me salía hasta por las orejas intentando controlar el descontrol que supone organizar cuatro conciertos con grupos extranjeros que no sabes muy bien por donde te van a salir (solo falló uno, no está mal), y además tienes a Pepe Benavides encima como si fuese tu sombra, intentando mirar por “su negocio”, que a veces chocaba frontalmente con “el mío”.

Desde el Fun Club hasta el hotel, o hasta el restaurante, o donde hiciese falta, a los músicos solía llevarlos yo en mi coche cuando era posible, sobre todo porque esa es la parte que más me hacía disfrutar de todo el tinglado, ya que me permitía poder hablar con ellos, conocerlos mejor, observar sus detalles divinos y humanos… en fin, el paraíso hecho realidad de cualquier mitómano iconoclasta como yo. Y a Barrence Withfield también tuve ocasión de “pasearle” bastante.

Barrence era un tipo curioso. Tenía una formación cultural tan buena que incluso era profesor en la Universidad de Boston, charlaba de forma fluida de cualquier tema con bastante conocimiento de causa, y, aunque en su grupo todos los músicos eran blancos, él era negro… con ésto de que era negro quiero decir que formaba parte de una minoría que ha pasado lo suyo en su país, y que se supone que las intransigencias deben molestarle mucho.

Por eso lo que hizo aquella noche me dejó tan perplejo…

Salíamos a cenar en mi coche desde el Fun Club por la Alameda, que en aquella época era aún una zona clásica de la prostitución sevillana, y donde ejercían tanto las putas (bastante arrastradas las pobres) de siempre como los transexuales y travestís, que en aquella época había bastantes. Al pasar cerca de un grupo, donde uno de ellos (¿o se dice de ellas?) estaba tratando con un cliente, Barrence, que iba sentado a mi lado, bajó el cristal de la ventanilla, y sacando la cabeza empezó a hacerles aspavientos con las manos a la vez que se puso a gritar con esa voz que empleaba en los registros más altos de sus piezas de Rythm & Blues…. “Meeeeeeeennn !!! Meeeeeeeennnn !!!!….” Hostias, el mamón éste estaba llamándoles “Tíos” a los travestís, les estaba insultando desde mi coche, y además seguía así hasta que nos perdimos por la calle Trajano… yo no sabía qué hacer ni donde meterme… no sé si era más la vergüenza de ser testigo de semejante hecho, o el miedo de que los travestís se hubiesen quedado con mi cara o con mi coche… porque yo tenía que seguir apareciendo por allí algunos días más… y a esta gente ya les había visto más de una vez sacar sus navajas…

Cuando ya dejó de gritar me dijo algo sobre que no aguantaba a los maricones o algo similar, y yo preferí dejar pasar el tema. Pero parece que tampoco le gustaba mucho la venta ambulante, o eso de ser pobre y trapichear para malvivir, o vete tú a saber qué; porque a la vuelta de la cena también la emprendió a gritos con los viejecillos que vendían tabaco en La Campana…

Para tranquilizaros, debo deciros que no tuve ningún problema en la Alameda los días posteriores… posiblemente los travestís ni siquiera entendieron lo que les gritaba “el guiri colgao” ése.

También recuerdo con mucho cariño una noche en que se celebraba en Sevilla el Congreso Nacional de Nefrología y yo había tenido que ayudar montando el stand de mi empresa junto con un par de técnicos más de por aquí, mis amigos Paco, el técnico de Cádiz, un tío serio donde los haya, que además tiene pinta de serlo, y cara de Harry el Sucio; y Jose María, el técnico que estaba aprendiendo el oficio porque se iba a quedar en mi puesto cuando yo me fuese a la clínica que estoy ahora, y que es un tío enorme, tanto de altura como de anchura. La noche de la presentación, hartos ya de canapés gilipollas y de gente (gilipollas también la mayoría) muy fina que solo hablaba de vender dializadores, decidí que era hora de cambiar este ambiente tan pijo por otro más canalla, así que los monté en el coche y nos fuimos al Fun Club.

Al llegar a la Alameda, aparcamos en la calzada que hay al otro lado del Fun y salimos del coche, los tres muy puestecitos, con nuestras chaquetas, nuestras corbatas medio desanudadas ya, y nuestro desaliño informal dentro de ir trajeados. La parte peatonal de la Alameda estaba muy concurrida, los banquitos estaban todos ocupados por corrillos de la gente habitual de por allí… en fin, todo normal. Lo que ya no me pareció tan normal es que de pronto casi todo el mundo decidió desaparecer. Para cuando habíamos cruzado hacia el Fun apenas quedaba nadie en la Alameda.

El que estaba en la entrada ni siquiera nos preguntó nada, tal como llegamos nos abrió la puerta con algo parecido a una inclinación. Al entrar me dio la impresión de que el volumen de las conversaciones bajaba bastante y casi solo se escuchaba la música… en fin nosotros a lo nuestro, pedimos en la barra y seguimos charlando de nuestras cosas. Pero me daba la impresión… como de que la gente nos miraba mucho… demasiado…

…hasta que ya se nos acercó Pepe y me dijo: “Quillo, haced el favor de quitaros de la barra y tomaros los cubatas en el salón ese de atrás, que tenéis a la gente espantá… macho… que es que tenéis un pinta de maderos que no veas…”.

Y ya se me hizo la luz…

Escrito el Sabado, Febrero 10th, 2007 at 7:51 pm dentro de la categoría The times they are a-changin' por Carrascus y Ambrosius.


http://www.blogin-in-the-wind.com/2007/02/10/fun-fun-fun/






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Publicado por José Francisco Romero Sánchez el 12 Feb 2007




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